¿Cómo mi madre
transformó US$8 en US$ 1 millón?
En 1969, mi madre
llegó a Nueva York con US$8, una maleta y con el sari que llevaba puesto. Se
fue de India tras recibir una beca para un programa de terapia física en Warm
Springs, Georgia. El hecho de dejar un entorno familiar por un mundo
desconocido fue extraordinario. Sin embargo, más extraordinarias fueron las
simples lecciones sobre dinero que la convirtieron en una millonaria y que
tendrán un impacto en nuestra familia por generaciones.
Mis padres formaron
parte de una comunidad que siguió dos principios sobre el dinero:
1) Evitar cosas que
uno no entiende.
2) Gastar menos de lo
que uno gana.
Como inmigrante, el
primer principio eliminaba la mayoría de los productos financieros. En sus
primeros años, mis padres simplemente no entendían lo que era el crédito, el
seguro o la inversión. A mi madre nunca le gustó la idea de comprar cosas que
no pudiera pagar. Prefería esperar hasta tener el efectivo. De la misma forma,
no comprendía por qué alguien colocaría US$100 ganados con mucho esfuerzo en
una inversión para ver cómo subía y bajaba con un control limitado sobre esta.
Prefería saber exactamente cuánto tenía.
Con el tiempo, mis
padres empezaron a conocer productos financieros más masivos. Aun así, mi madre
mantenía lingotes de oro y plata con la firme convicción de que eran las únicas
cosas en las que podía confiar. Desde la perspectiva de la mayoría de los
eruditos de las finanzas, usar poco crédito o ninguno y no invertir en busca de
crecimiento son un suicidio financiero. Podrían tener razón si mi madre no
fuera una profesional en el segundo principio: gastar menos de lo que ganaba.
Mi madre era el modelo
del ahorro. En los restaurantes, pedía agua, limones y azúcar en vez de una
limonada de US$2. Conservaba agua de los deshumidificadores para regar las
plantas. Compraba pasajes de avión para épocas de mucho tráfico y luego
renunciaba a ellos a cambio de vales. De hecho, cada gasto que hacía pasaba por
sus filtros para ver cómo podía gastar menos. Era una reacción instintiva. Era
su modo de vida. Lo hacía de una manera que no privaba a la familia y reducía
considerablemente su estrés financiero.
Al seguir el segundo
principio, mi madre tenía un plan a prueba de tontos en el que ella estaba en
completo control. No dependía de los retornos del mercado o una bonificación
pendiente para tener seguridad financiera. No perdía el sueño por su falta de conocimiento
financiero porque invertía en sí misma. En retrospectiva, por supuesto, no
maximizó su portafolio, pero eso era mucho menos importante que la sensación
diaria de fortalecimiento que obtenía al seguir los dos principios.
Muchos inmigrantes tomaron
el mismo camino que mi madre. Ahorraron entre 20% y 50% de sus ingresos cada
mes durante 40 años. La mayoría no lo hacía como un sacrificio de forma
consciente, sino que era parte de su rutina diaria que simplemente tenía
sentido. Sus historias son mucho menos famosas que los tributos a personas que
ascendieron de la pobreza a la riqueza como Oprah Winfrey, Howard Schultz y
Jean Paul DeJoria. Sin embargo, sus estrategias son mucho más reproducibles.
Más allá de lo que su
estrategia financiera general incluya, usted aplicar los dos principios. Usted
tiene la capacidad de gastar menos de lo que gana. Puede evitar cosas que no
entiende o llevan tiempo aprenderlas. Puede desarrollar una relación más
profunda con su dinero que cree un fuerte deseo de conservarlo. Y en el
proceso, puede legar más que el dinero. Puede legar los principios que protejan
ese dinero por muchas generaciones.
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